Desde las montañas de Nariño hasta las estrellas
¿Qué posibilidades tiene una niña nacida en una vereda remota, rodeada de cafetales y caminos de tierra, de convertirse en astrofísica? La respuesta, al menos en mi caso, está escrita en las estrellas y en el corazón terco de quienes sueñan desde los rincones olvidados.
Nací en Belén, un municipio pequeño escondido entre las verdes montañas del norte de Nariño, Colombia. Crecí en una vereda donde el cielo estrellado era más brillante que las oportunidades que conocíamos para construir un futuro. Mi niñez estuvo marcada por el trabajo cotidiano en el campo, las largas caminatas, los animales, la vegetación exuberante de los bosques andinos, los cafetales, y una profunda tranquilidad que solo el campo puede ofrecer, hasta que llega la guerra, claro, que también ha marcado épocas tormentosas en estos territorios. A esa edad no sabía exactamente qué quería ser, pero había algo especial en ese cielo que me cautivaba durante las eternas noches de verano.
Para llegar al colegio debíamos caminar casi una hora, bajar de la montaña y luego volver a subir, a veces bajo la lluvia o el sol implacable. Pero mis padres, campesinos trabajadores, nos enseñaron que la educación era un acto de resistencia. Y desde entonces supe que ese camino no sería fácil. Con esfuerzo y amor, ellos hicieron posible lo que parecía imposible: que sus hijos estudiaran.
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