Tal vez, no se sabe por qué los actores encarnan el valor de sus génesis, de los magistrales menesteres del orden social, la justicia y la gobernanza humana, como del control de los procesos de la sociedad en aras del desarrollo y la evolución del orden productivo para el bien común, para la transformación del mundo. Los pecados los vemos incursionar como un signo trágico universal cuya tendencia controvierte los principios, la ética y la moral en detrimento del espíritu humano con enlaces condenatorios disruptivos.
Los reveses pecaminosos nos llevan a incursionar la historia y el memorial de una epifanía donde profundas disfunciones hacen historia para examinar los efectos de la corrupción, alcanzando resultados evolucionistas ante sistemas diabólicos con la dicotomía de las distintas instituciones. En su rigor, se ha sostenido el orden en medio de infernales comedias. Se trata de reconsiderar la democracia cuyos valores debemos defender; la memoria histórica y la metamorfosis nos permiten ahondar la evolución para proceder a la protección, pero atacando al enemigo que solo busca beneficiarse con los colapsos de las distopías humanas.
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