Ella se vistió de calor y empezó su ascenso hacia las frías y lejanas cumbres. Se llenó de micro gotas y en cada una de ellas guardo la energía combinada del mar y del cielo.
Ascendió lentamente abrazando la llanura, coqueteo con el piedemonte para finalizar entregando su corazón al mágico páramo. En ese encuentro con el páramo se hizo visible y se transformó en niebla. Desde la parte alta, la niebla también abrazo el páramo, lo acaricio horizontalmente y le dejo sus gotas transformadas en rocío que día a día eran la magia de la vida. En un instante se juntaron la niebla fría y la niebla caliente y en un pacto de amor se entrelazaron y habitaron en este ecosistema mágico llamado páramo.
Y así es ella, la niebla mágica que se mueve en diferentes direcciones, que en un acto constante de amor se entrega al páramo y le da el poder de administrar ese fruto del amor al que llaman agua. Ese abrazo horizontal se extiende por los pajonales, puyas, hierbas, arbustos, musgos y frailejones. Cada uno siente su abrazo y esa gran emoción y sentimiento se trasforma en lágrimas, lágrimas que se van juntando para convertirse en amantes del suelo y las raíces. Se vuelven hilos, charcos, quebradas y ríos que descienden por sus laderas y valles hasta llegar al estero, al estuario y por último retornar al mar que la vio partir.
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